No me llames loca




El teléfono ha dejado de sonar. Y yo, he dejado de contemplarlo en silencio esperando, sin mucha fe, una luz en su pantalla. Supongo que ha sido a la par, o al menos, eso quiero pensar. 




Se han acabado las jornadas de puertas abiertas de mis emociones. Ya sólo admito pases con invitación, abrazos cercanos, espacios pequeños y miradas tan próximas que casi nos podamos rozar  con las pestañas.  




Y no me llames loca, ni me acuses de haberme vuelto austera y solitaria. Soy la misma, la misma piel, el mismo cúmulo de dudas y deseos. Quizá lo que haya cambiado es la manera de mostrarme en el escaparate. Eso, y que haya echado las cortinas para filtrar la luz. 

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